miércoles, 13 de mayo de 2009

Recordatorio


De nuevo tengo sangre en mis manos. No me pasaba desde hacía años, muchísimos años. No es una buena señal, para nada. Menos si considero que es el primer trabajo bueno que tengo en meses.

Eso es lo bueno de las crisis, y me da rabia no haberlo pensado antes: son oportunidades de cambios, son ocasiones donde la gente debe morir para que otra pase arriba a tomar el poder. Y yo soy un profesional, uno de los mejores, así que claramente iba a poder tener una oportunidad para demostrarlo y volver a levantar mi carrera; aquella que me llevó a ganar unos cuantos años seguidos unas portadas maravillosas en los diarios. Aún me acompañan en mi estudio, muy en secreto, por cierto.

Pero el problema con el nuevo trabajo fue que me tocó una persona demasiado llorona, y yo realmente detesto a esas personas. ¡Nunca sabes realmente qué hacer con ellos si quieres divertirte! porque el trabajo debe divertirte además, por supuesto. No puedes torturarlos demasiado porque se quiebran demasiado pronto. No puedes chantajearlos porque aceptan de inmediato, perdiendo la gracia del asunto. No puedes mostrarles nada porque se tiran a tus pies, dispuestos a todo con tal de salvar su vida; y eso está bien para los nuevos, que entran con ansiedad y ganas de sentirse con un poder real en este mundo, pero no está bien para un profesional como yo que sabe que el mundo es infinitamente más grande que uno mismo, y que por lo mismo debe desarrollar bien su trabajo, y nada más.

En fin... Estaba yo allí con este tipo, los dos un tanto borrachos, y este personaje me empieza a contar detalles de su vida. Me habló de todo el poder que tiene en el mundo, de cómo él planeó la guerra en ese país en medio oriente hace poco, de la cantidad de mujeres delas que se rodea, de los autos que tiene... Ya llevaba media hora hablandome y yo estaba peligrosamente convirtiendo el asunto en un tema personal, y empezaba, cada vez más, a hacerle menos caso a mi parte lógica. Intenté controlarme, pero el tipo tenía un talento que pocos tienen: ser capaz de sacarme de mis cabales. Finalmente decidí torturarlo, y matarlo lentamente, dejando que sufriera, pero no conté con que sería un llorón. Al primer corte empezó a chillar como un pequeño cerdo y a correr por todo el lugar, ensuciando todo. Un desastre total.

Más tarde, cuando se me pasó la borrachera, comencé a limpiar. El trabajo estaba hecho, pero la forma de llevarlo a cabo había sido lo menos elegante del universo. Fue definitivamente un recordatorio: Nunca más matar a alguien después de unos whiskies. Me estoy haciendo viejo y me cuesta más controlarme estando borracho.